Después de que terminó la Guerra Civil Española, se desató una represión frenética. Como suele suceder en tales circunstancias, hubo inocentes que pagaron por pecadores. Este fue el caso de Enrique que, a pesar de no haber disparado un solo tiro porque estaba salvando vidas en un hospital, se encontró en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Al final de la Guerra Civil Española, el gobierno de la "Nueva España" franquista puso en marcha un complejo y maquiavélico sistema de represión dirigido contra todos aquellos prisioneros republicanos que habían perdido la guerra. A partir de ese momento, cientos de miles de prisioneros (republicanos o no) sufrieron de primera mano la tortura del trabajo forzado, el internamiento en campos de concentración o en prisiones o, en ciertos casos, la muerte. Aunque en la gran mayoría de los casos las víctimas de represalias pertenecían a partidos políticos, sindicatos y otras organizaciones de izquierda, algunos internados eran católicos practicantes educados por los escolapios, pero aún no se salvaron. Esta es la historia de Enrique, uno de esos internados, que en 1936, poco después de cumplir veinte años, se vio obligado a participar en una guerra civil en lugar de continuar sus estudios de medicina en la universidad. Durante los siguientes 20 años, su determinación de terminar su carrera no flaqueó y aunque no disparó un solo tiro, porque pasó la guerra trabajando en un hospital, se le dio un Juicio Militar Sumario, condenado a doce años y un día por "ayudar a la rebelión", sufrió internamiento en campos de concentración y prisiones y fue enviado a trabajar batallones donde realizó trabajos forzados, y todo eso a pesar de ser católico y de derechas. Simplemente, estaba en el lado equivocado en el momento menos oportuno.